2008-09-19

Carta abierta de Michael Moore  

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> Carta abierta. De un estadounidense enemigo del imperio Michael Moore*


Amigos: llevamos en Irak más tiempo que todo el que estuvimos en la Segunda Guerra Mundial. Pudimos vencer a la Alemania nazi, a Mussolini y al imperio japonés en menos tiempo del que le ha tomado a la única superpotencia mundial el asegurar la carretera desde el aeropuerto hasta el centro de Bagdad.

Y ni eso hemos podido hacer. Después de casi 2 mil días, en el mismo tiempo que nos llevó avanzar a través del norte de África, irrumpir en las playas de Italia, conquistar el Pacífico sur y liberar toda la Europa occidental, después de más de cinco años ni siquiera podemos tomar una simple carretera y protegernos de un artefacto casero hecho con dos latitas puestas en un agujero. Con razón la tarifa del taxi desde el aeropuerto hasta Bagdad anda en torno de los 35 mil dólares por un viaje de 25 minutos. Y no incluye un puto casco.

¿Son culpables nuestras tropas de este fracaso? De ningún modo, esto se debe a que ninguna cantidad de tropas o helicópteros o democracia a cañonazos jamás ganará la guerra en Irak. Es una guerra perdida porque nunca tuvo el derecho a la victoria; perdida porque fue iniciada por hombres que nunca han estado en una guerra, por hombres que se esconden detrás de otros enviados para luchar y morir.


Escuchemos a los iraquíes. Según una reciente encuesta realizada por la Universidad de Maryland, el 71 por ciento quiere que Estados Unidos se vaya de Irak y el 61 apoya los ataques de la resistencia contra nuestras tropas. ¡Sí, la mayoría de los iraquíes opina que nuestros soldados deberían ser asesinados y descuartizados! Entonces, ¿por qué demonios estamos allí?

Hay muchas maneras de liberar un país. En general, los residentes de ese país se sublevan y se liberan ellos mismos. Así es como hicimos nosotros. También se puede hacer mediante la desobediencia civil pacífica. Así lo hizo la India. También puede lograrse que el resto del mundo boicotee un régimen hasta que se encuentre tan aislado que deba rendirse. Así lo hizo Sudáfrica. La manera en que no funciona consiste en invadir un país y decirle a la gente “estamos aquí para liberarlos”, cuando ellos no han hecho nada para liberarse a sí mismos. ¿Dónde estaban esos suicidas con bombas cuando Saddam los oprimía? ¿Dónde estaba la resistencia que planta bombas a la vera de los caminos mientras pasaba el convoy de Saddam?

Supongo que el viejo Saddam era un déspota cruel, pero no lo suficiente como para que miles arriesgasen el pellejo. “¡Oh, no, Mike, no podían hacerlo, Saddam los habría asesinado!” ¿En serio? ¿No crees que el rey George mandó a asesinar a los colonos sublevados? ¿No crees que Patrick Henry o Tom Paine tenían miedo? Pero eso no los detuvo.

Cuando decenas de miles no están dispuestos a derramar su propia sangre para derrocar a un dictador, eso debería ser la primera pista de que no van a estar dispuestos a participar cuando uno decide que va a liberarlos.

Un país puede ayudar a otro a derrocar a un tirano (es lo que los franceses hicieron por nosotros) pero, después de ayudar, uno se va. Los franceses no se quedaron para decirnos cómo debía ser nuestro gobierno. No dijeron “nos quedamos porque queremos sus recursos naturales”. Nos dejaron con nuestros propios medios y nos tomó seis años antes de celebrar elecciones. Luego sufrimos una sangrienta guerra civil. Eso es lo que ocurre, y la historia está llena de ejemplos así.

La única manera de que una guerra de liberación tenga posibilidades de éxito es que los oprimidos cuenten con el apoyo de sus ciudadanos. ¿Dónde están estos bastiones de la libertad en Irak? Esta ha sido una broma desde el principio, broma para nosotros, pero con 655 mil iraquíes muertos como resultado de la invasión. Para ellos la broma es cruel. Al menos están liberados, para siempre.

No quiero escuchar ni una palabra sobre enviar tropas, ni sobre “re-desplegarlas”, ni sobre esperar cuatro meses para una “retirada progresiva”. Sólo hay una solución para esto: irnos. Empiecen esta noche. Salgan lo más rápido posible. Aunque duela aceptar la derrota, no podemos hacer nada para deshacer el daño causado. Si uno maneja ebrio y mata a un niño, no puede revivirlo. Si uno invade y destruye un país, no hay mucho que pueda hacer hasta que el humo se apague y la sangre se limpie. Luego, tal vez podamos enmendarnos por las atrocidades cometidas y ayudarlos a lograr una vida mejor. La URSS abandonó Afganistán en 36 semanas y apenas sufrieron algunas bajas mientras se iban. La responsabilidad de terminar esta guerra recae ahora en los demócratas. El Congreso controla los hilos de la función, y la Constitución dice que sólo el Congreso puede declarar una guerra. Reid y Pelosi tienen el poder para acabar con esto. Si no lo hacen, los votantes se pondrán furiosos.

No estamos bromeando, demócratas, y si no nos creen, continúen la guerra sólo otro mes. Lucharemos contra ustedes más duro que contra los republicanos. Exigimos: traer las tropas a casa ahora. Desistan de buscar una forma de ganar. Perdimos. Admítanlo.


Discúlpense con nuestros soldados y enmiéndense. Díganles que sentimos que hayan tenido que luchar en una guerra que no tiene nada que ver con nuestra seguridad nacional. Debemos enmendar la atrocidad perpetrada contra los iraquíes. Pocas maldades hay peores que iniciar una guerra basada en una mentira e invadir otro país porque uno quiere lo que está enterrado bajo su territorio. Su sangre mancha nuestras manos. Si uno paga impuestos, ha contribuido a los 3 mil millones de dólares semanales que se gastan para llevar a Irak al infierno.

Los usamericanos –ése es el nombre y no “americanos” como soberbiamente nos hacemos llamar ignorando a los demás americanos del sur y el centro– somos mejores de lo que se ha hecho en nuestro nombre. Una mayoría estábamos molestos después del 11 de setiembre y perdimos la cabeza. No pensamos con claridad y nunca miramos un mapa, ya que nos mantienen en la estupidez con nuestro patético sistema educativo y nuestros babosos medios de información. No sabíamos que nosotros financiamos y armamos a Saddam durante años, incluso cuando masacró a los kurdos. Era uno de los nuestros. No sabíamos lo que era un sunita o un chiita. El 80 por ciento de nuestros jóvenes no es capaz de encontrar a Irak en el mapa. Nuestros líderes aprovecharon nuestra estupidez y nos manipularon y asustaron con mentiras. En el fondo somos buenas personas. Lentos para aprender, pero esa propaganda de “misión cumplida” sonó rara y empezamos a hacer preguntas. El pasado 7 de noviembre tratamos de corregir nuestros errores. Ahora la mayoría sabe la verdad, siente culpa y quiere deshacer el entuerto. Por desgracia, no podemos. Así que aceptaremos las consecuencias de nuestras acciones y haremos lo posible para no defraudar a los iraquíes si alguna vez deciden pedirnos ayuda en el futuro. Les pedimos perdón. Exigimos a los demócratas que nos escuchen y que salgan de Irak ahora mismo.

*Documentalista estadounidense. Autor, entre otros, de Bowling for Columbine.

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